Jugando con las palabras



Si le preguntáramos a un centenar de personas por las diez palabras que más les gustan, en sus respuestas seguramente se encontrarían: felicidad, amor, dinero, placer, salud, Dios, diablo, entre otras. Cada palabra es dueña de un ritmo y un sonido especial para quien las escucha. Despiertan diversas emociones cuando se alojan en el oído. Pueden ser toscas o suaves, apacibles o escandalosas a la vez, como la palabra viento. Pueden estar cargadas de consonancia o asonancia. La musicalidad de una palabra es capaz de llegarnos hasta el alma, o su silencio algo tiene que ver con nuestro propio silencio.

El sonido y el ritmo de las grafías nos incitan al placer, al recuerdo o al olvido, nos provocan tristeza o alegría. Si experimentamos con ellas descubrimos que alguna o algunas son especiales para nuestros sentidos. Particularmente me agrada la palabra borbollón, al repetirla en más de dos ocasiones me doy cuenta que solita fluye desde abajo de la tierra, siento que no tengo necesidad de explicarla, como que por sí sola hace erupción. El cerebro se me cimbra muy distinto que cuando pronuncio otras palabras borbollón, borbollón, borbollón...

Tengo una lista de palabras predilectas y algunas otras que no me producen casi nada al escucharlas, ni tan siquiera un sentimiento desagradable (lo cual es válido). De las primeras cabe mencionar: tropo, ébano, bambalina, balumba, fístula, olímpico, isagoge, escafandra, maraña, entre otras. De las segundas no podría faltar: bueno, bonito, abanderado, cara, magno, hereje, entre otras. Repito, estas últimas me dicen muy poco con su fonema y su ritmo no me provoca nada.

Aborrezco las palabras: líder, excelencia, proactivo, desafío, reto, misión, visión, retroalimentación y oportunidad. El vocabulario empresarial globalizado penetra poco a poco en el habla coloquial y estandariza los comportamientos sociales. Sin embargo, creo que no suenan a nada y esa es realmente mi molestia, además de que no sirven a la hora de amar, de morir, de llorar, de reír, de jugar, en fin...

Leí hace mucho que se realizaría una encuesta acerca de la palabra más bella del idioma español. Al final no sé cuál ganó, pero posiblemente una rimbombante o una cursi, o una de significado profundo. Si me hubiera tocado votar, escogería la palabra megafonía, porque su ritmo sonoro tiene que ver con lo que significa. Me imagino que es una palabra que sabe bailar, cantar y hablar, lo que en la realidad es casi imposible que una persona reúna tantas cualidades como una palabra.

Cuando decimos la palabra lluvia se nos viene a la mente, tarde o temprano, un golpeteo, igual si decimos ferrocarril, paz, reloj; aunque una no tenga que ver con la otra hay un golpeteo; en cambio, si se oye la palabra justicia, salvación o sinceridad, depende del contexto y de quien las pronuncia para asumir su sonido como real, de lo contrario nada más no suena.

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