Necedades de poeta

Geovani de la Rosa

Pero quién diablos quiere regresar
si lo que cuenta es aprender
que no está perdido aquello que no fue.
Canción para un viejo amigo, Ismael Serrano

La necedad hace al poeta. En una noche de bar, vi a Serial como un block de hojas sueltas, desamarradas del futuro. Tallereándose por otras tierras. No sabía qué decían, qué tenían, hacia dónde y hasta dónde pretendían llegar. Toño llevaba bajo el brazo los poemas en borrador. Cuando los puso sobre la mesa del bar, ahí, entre las victorias, se veía la necedad del poeta, la necesidad del poeta porque sus letras no fueran hoja suelta, borrador de algo que tarde o temprano terminaría vuelto polvo, vuelto nada.

No sé cómo se hacen los poetas. Sólo conozco lo necios que son, viven sin reflectores y desalariados, preocupados únicamente por detectar qué le quitan o qué le ponen a sus poemas. La impaciencia los somete pero son pacientes. Toño Salinas lo señala: “Estoy vivo porque mi ánimo lo dice/ o porque de plano mi pensamiento es necio como el alba”, como la mañana que a cierta hora resplandece, retorna a su único motivo de existencia, como el escritor, a conjugar lo primero o segundo que se le venga en mente, aunque la “voz sea fruta amarga, sonido que no se oye”; aunque la voz sea insuficiente para defenderse, no ya de las ráfagas, sino del olvido, de la miseria, del mercado, del pan y circo, de la tv, de las tiendas de hamburguesas y los dispensarios de coca-cola. Esas cosas son los retenes falsos que desarman y maltratan la escritura, retenes falsos en los cuales los verdaderos oficios, como la creación literaria, no llaman la atención, no dan el vuelo, el chance, la posibilidad de un ajuste de cuentas para ver qué se hizo mal o qué no se hizo en el ayer.

Deambulo en las siguientes páginas de Serial, Toño recrimina: “¿y por qué tanto pesimismo”. Al fin y al cabo nada es nuevo en este mundo. Siempre nos han desgraciado la vida, con armas, con ideologías y últimamente con infantiles construcciones publicitarias. De esa manera, quizá, es como desgraciamos a Acapulco y hoy pagamos el costo y es alto y es canijo y es para que por fin encontremos una manera sana de tratarlo. No considerarlo como esa “ciudad de fetiches sin rostro, en un lecho de agua turbia, de luz negra”, la imagen de Acapulco que cuelga de Serial. Creemos que con aventar al mar nuestra mierda nos habremos desecho de ella. Hay qué reconsiderar el trato hacia el sitio que nos cobija: muchos somos acapulqueños sin sentirnos acapulqueños, hablamos de Acapulco sin saber qué es en realidad Acapulco, soñamos con Acapulco para agraviarlo cotidianamente. Un vivir sin identidad, sin arraigo. En verdad, ¿amamos a Acapulco?

De pronto, emerge Larisa. Puede ser un viejo amor de Toño, un amor no correspondido, de la infancia. El poeta adolece por ella. Larisa también puede ser el Acapulco que adolece, el cerro que tenemos a unos metros, las avenidas envueltas en transporte público y un ruidal de los infiernos. Larisa puede ser muchedumbre, desafección, el mercado central o las balas que desafinaron la cumbia de Acapulco durante estos años. O la calle y sus descabezados, o el puente peatonal y su colgado, o los coches que se mueven como culebra en una persecución, o la estúpida idea de Calderón, o la insoportable rutina de deambular por la costera bajo el vistazo profano e irritante de militares y federales y creer que con ellos se soluciona el ajetreo.

No, esto no es de balas y conflictos bélicos. Tampoco Serial lo es. Esto es de hambre, de salir adelante, de empeño por ser alguien y tener lo necesario para vivir con tranquilidad. Esto es de desigualdad y falso espectáculo. Pero quizá no nos damos cuenta, quizá andamos como el autor de Serial: “medio perro, medio humano,/ disparando un aullido/ a lo profundo de la sombra,/ doy vuelta en la primera duda/ y tiro mis certezas, me pongo una a la medida de mis años”. Quizá dudamos de todo, no creemos en nada, ni en la tierra que pisamos, mucho menos en Acapulco.

Lo siento, me equivoqué: Larisa no es lo que cuento. Larisa no se merece la culpa sino el canto nostálgico de Toño Salinas por el vicio de quererla, de pensarla, de extrañarla y necesitarla para soportar la rutina y las notas rojas de los periódicos de cinco pesos que anuncia el bocho.

“Aquí nos vamos/ aquí nos perdemos”, “porque todo es olvido”, “todo es una farsa”. Pero como lo dice Toño, necesitamos acorralar el pasado para considerar hacia dónde va nuestro tren, hacia dónde nos dirigimos, qué es lo que queremos hacer de este puerto. Aunque todo sea una farsa, aunque echemos de menos la infancia, aunque la muerte no sepa de semáforos. Lo que importa es aprender, ser necios y no dejar en borrador nuestros sueños aunque estos desfallezcan a cada segundo, instantáneamente. Ser necios como Toño y su escritura.

Antonio Salinas y Geovani de la Rosa en la Unidad Académica de Medicina UAG



Antonio Salinas y Geovani de la Rosa en la Unidad Académica de Psicología UAG

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